Brasil vivía una etapa de autodescubrimiento y efervescencia cultural, cuyo inicio podría marcarse con la Semana de Arte Moderno de 1922 en São Paulo. Otro de los hitos fue la publicación en 1933 de
Casa-Grande e Senzala [1], obra del sociólogo Gilberto de Mello Freyre (paisano nordestino de Paulo) y que explora la identidad cultural de Brasil. Tal es el contexto en que se formó el pensamiento temprano de Paulo Freire.
En el ámbito político, la República Vieja brasileña terminó en 1930, con la revolución que llevó al poder a Getúlio Vargas, quien gobernó Brasil en diversos periodos hasta su suicidio en 1954. Su régimen se apoyó en el ejército, las clases medias y los sindicatos, buscando la industrialización del país y debilitando a sectores como las aristocracias cafetalera y azucarera, con aceleradas transformaciones sociales. La Segunda Guerra Mundial fue causa de que algunos países de la región, como México, Argentina y el mismo Brasil, iniciaran un proceso de industrialización por sustitución de importaciones, el cual requería cuadros de obreros y profesionistas, e indirectamente impulsó la masificación de los sistemas educativos en la región.
Formado en instituciones católicas gracias a los esfuerzos de su madre, Freire hizo sus primeras armas como profesor de portugués a nivel secundario. En 1943, con veinte años de edad, ingresó a la Facultad de Derecho, por ser la carrera disponible más afín a sus intereses. Se tituló como abogado pero estaba profundamente interesado en el lenguaje y la psicología. Tras algunas prácticas en el derecho, Freire se confirmó en su vocación como educador.
En 1944 se casa con Elsa María Costa Oliveira, profesora y directora de una escuela y quien, hasta su muerte, fue una de sus más cercanas interlocutoras. A partir de entonces, Freire se enfocó de lleno en la educación. En 1947 era nombrado Director del Departamento de Educación y Cultura del Servicio Social de la Industria (SESI), donde se desempeñaría hasta mediados de los años cincuenta. Se trataba de un organismo patrocinado por el sector empresarial y su visión era nacionalista y liberal. Desde esa función, Freire se comenzó a involucrar en la educación para adultos, pues dirigió programas para los trabajadores de la industria, el campo y el mar, que le permitieron conocer las problemáticas de estos grupos con mayor detalle.
En 1955 ingresó a la Universidad de Recife como profesor de pedagogía. En ese momento, la legislación brasileña impedía votar a los adultos analfabetas, los cuales alcanzaban al menos 15 millones, con lo cual se abría una profunda división en las oportunidades y en la participación política del pueblo brasileño. Los gobiernos populistas que sucedieron a Getúlio Vargas, como el de Juscelino Kubitschek, mostraron un gran interés en combatir el analfabetismo, pues lo consideraban uno de los mayores obstáculos para el desarrollo de Brasil.
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En 1958 se llevó a cabo, en Río de Janeiro, el II Congreso Nacional de Educación de Adultos, en el cual participó Freire. Sus ideas comenzaron a tener resonancia en Brasil. Al año siguiente alcanzaba el grado de Doctor en Filosofía e Historia de la Educación con la tesis titulada “Educación y actualidad brasileña”.
La educación como punta de lanza
Fue en mayo de 1960 que Freire participó en la fundación del Movimiento de Cultura Popular, con el apoyo del alcalde de Recife, Miguel Arraes, y en colaboración con estudiantes universitarios y otros educadores. Inspirado en algunas experiencias francesas, el movimiento promovía una educación popular y comunitaria que incluyera las perspectivas de todos sus integrantes, desde una concientización política y social. Es entonces cuando Freire da forma a su propuesta dialógica y crítica de educación para adultos.
Para Freire no bastaba que los trabajadores aprendieran solamente a decodificar el sistema de escritura o recibir conocimientos esenciales para ser funcionales en el sistema. Veía la necesidad de que estos trabajadores conocieran su propia situación, la de su familia y su comunidad, y tomaran las riendas del cambio. Se trataba de una educación transformadora, en la que el lenguaje jugaría un papel primordial, incluso político y ciudadano. Freire también asumía que las personas tienen ya un conocimiento del mundo, precedente a la palabra escrita, y que la lectura del mundo debía anteceder a la lectura de la palabra.
En 1961, Freire tuvo la oportunidad de poner a prueba sus planteamientos y se trasladó a la ciudad de Angicos, en Rio Grande do Norte, cuya economía se basaba en la caña de azúcar y el cultivo de frutas tropicales. En ese escenario, el educador puso en práctica y afinó su metodología. Mediante la creación de un círculo comunitario lograría alfabetizar en cuarenta y cinco días a trescientos trabajadores, principalmente cortadores de caña.
Para lograrlo, los educadores debían de integrarse en la comunidad, estableciendo un vínculo bidireccional. Era esencial conocer la riqueza verbal de la comunidad y participar de sus preocupaciones. También debían reconocerse los saberes sobre el mundo de estos adultos. Después se identificaban las palabras generadoras, que se introducían acompañadas de imágenes y servían para detonar diálogos, promovían la conciencia crítica entre los participantes y permitían introducir el código escrito y las nociones básicas de matemáticas. En conjunto, se buscaba pasar de una “Cultura del silencio” a la conciencia sobre su realidad y las relaciones causales detrás de ésta. Así, Freire buscaba relacionar la conciencia crítica y el uso del lenguaje (Freire, 1987). Dicha forma de educación se oponía a la que concibe al sujeto como un recipiente en el cual “se depositan” los conocimientos.
Esa experiencia tuvo una resonancia nacional y fue una de las causas por las que el presidente João Goulart le pidió coordinar una campaña nacional de alfabetización de jóvenes y adultos. El plan consistía en crear cerca de dos mil círculos en los que se alfabetizarían dos millones de brasileños.