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Fragmentos del último año de Roland Barthes
Evidencias en claroscuro
Leyendo y escribiendo con Barthes, 40 años después
Alberto Bejarano

 

En 2020 se cumplieron 40 años de la repentina muerte accidental del crítico francés Roland Barthes (12 de noviembre de 1915-26 de marzo de 1980). En nuestro texto recorremos el último año de su vida, de la mano de sus archivos: su último curso, su último libro, su última reseña, su Diario y su último viaje, a la manera de Fragmentos de un discurso amoroso. Para ello nos apoyamos en sus archivos digitalizados por la Biblioteca Nacional de Francia y disponibles en línea: https://data.bnf.fr/11890428/roland_barthes/

Comencemos por el final, por la claridad luminosa del final. Se insinúa el final desde la muerte de su madre en 1977. Lo esperan en 1979 un postrer viaje a Grecia, su último curso en el Collège de France sobre “La preparación de la novela, II parte”[1] la escritura de La cámara lúcida, el cierre de su Diario del duelo (26 octubre de 1977-15 de septiembre de 1979)… y la muerte. Es una especie de poema coreográfico de Final de partida fantasmagórico.  Jacques Derrida lo evoca en su despedida:

“Inclasificable designaba en La cámara lucida una forma de vida -ésta, la suya, fue breve después de la muerte de su madre-, una vida semejante ya a la muerte, una muerte antes de otra, más de una, que imitaba de antemano”. (Derrida, Jacques, Las muertes de Barthes, 1988, p. 66).

Barthes escribe en 1979 el que será sin sospecharlo su último libro: La cámara lucida, quizá su testamento portátil inesperado. Como lo sugiere en su última entrevista: “la foto es una evidencia clara de la cosa que ha sido”. (INA.FR/BARTHES)

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Figura 1. La cámara lucida - Roland Barthes

Así podemos leer su viaje exploratorio de la imagen y sus velamientos como quien emprende un viaje sin conocer su destino. ¿Alguien puede creer que alcanzará un destino? Su último viaje fue a Grecia en junio de 1979, recién terminada la escritura de La cámara lúcida. De esa conjunción mediterránea proviene su intuición sobre la luz. Como lo recuerda su biógrafa, Thiphaine Samoyault: “el studium es el interés que dirige a los lenguajes, a los estratos etno-sociográficos, como él los llama; el punctum lo dirige al registro de las emociones, de sorpresa: como su asistencia por azar a un bautizo ortodoxo en una iglesia del Pireo donde es golpeado por el ruido, la animación, la ausencia de recogimiento, la fiesta, los cantos Amobeos griegos[2]” (Samoyault, Tiphayne, Barthes, Seuil, 2015, p. 670). 

En la última reseña de Barthes, publicada en el Magazine Littéraire (1979), sobre su autor más perseguido y deseado, Marcel Proust, vemos la presencia/ausencia de la madre de Proust y resuena en off, como fantasma deslizante, a hurtadillas, su propia vida: “la muerte de su madre en 1905 lo trastorna mucho, lo retira del mundo por un tiempo, pero no tarda en recobrar las ganas de escribir, sin que pueda, al parecer, salir de cierta agitación estéril”. (Barthes, Roland, 2020, p. 273). 

Podemos entonces preguntarnos, ¿cómo habría sido esa segunda etapa de la vida y obra (¿hay diferencia?) de Barthes después de la muerte de su madre? Nos quedan las migajas, contundentes eso sí, de su último año que recorremos en cámara lenta/lúcida. En parte, la continuación de la reseña sobre Proust nos sugiere una clave de lo que habría podido ser. Si el curso sobre La preparación de la Novela II parte, el viaje a Grecia, el Diario y La cámara lúcida son visos de utopía, esta última reseña nos hace pensar en una ucronía:

“Hasta 1909, Proust lleva una vida mundana, escribe aquí y allí, esto o lo otro, busca, prueba, pero visiblemente, la gran obra no cuaja (…). La agitación, sin embargo, se afianza y adopta poco a poco la forma de una indecisión: ¿va a (o quiere) escribir una novela o un ensayo? En octubre de ese mismo año, la biografía lo encuentra lanzado a todo correr en la gran obra por la que en lo sucesivo lo sacrificará todo, retirándose para escribirla y consiguiendo por los pelos salvarla de la muerte”. (Barthes, Variaciones, p. 274).

El último curso de Barthes se dedica a la novela, de nuevo, sobre su fervorosa pasión amorosa y erótica por la escritura de Proust. En las notas de su última clase, apreciamos su inquietud por el punto de quiebre de la escritura en Proust. “la obra brilla a lo lejos, pero está en los limbos: un poco como ocurre en el inicio de La Valse, de Ravel, poema coreográfico de 1920, que parece nacer de un rumor lejano y se infla y termina en un giro fantástico y fatal” https://edisciplinas.usp.br/pluginfile.php/56517/mod_resource/content/1/Proust%20dans%20la%20Préparation%20du%20Roman.pdf

En nuestras propias pesquisas hallamos una versión de La Valse, de Ravel del magistral y único Glenn Gould, en la que habla sobre esta obra, antes de interpretarlo, enfatizando en la relación de Ravel con músicas diversas y con un tono de nostalgia: https://www.youtube.com/watch?v=KR2ECgtxYVw 

Todo parece pues coincidir y apuntar al mismo punto, a la (in)esperada esquina venidera de la Rue des Écoles en la cita con la muerte de Barthes el 13 de febrero de 1980, apenas cuatro días después de su comentario sobre la novela y Proust en el Collège de France. Pero, ¿qué es un poema para Barthes? ¿Qué es un poema coreográfico? Y en últimas qué es la escritura:

“Para mí la escritura es siempre una perversión, es decir, una práctica que aspira a quebrantar el sujeto, a disolverlo, a dispensarlo en la misma página… (…) escribir es un verbo intransitivo, al menos en nuestro uso singular, porque escribir es una perversión. La perversión es intransitiva; la figura más simple y más elemental de la perversión es hacer el amor sin procrear: la escritura es intransitiva en este sentido, no procrea, no da productos. La escritura es efectivamente una perversión, porque en realidad se determina del lado del goce”. (Barthes, Variaciones, p. 179 y 190).
“La poesía puede nacer de las imágenes igual que de las palabras, sobre todo en Prévert”. (Barthes, Variaciones, p. 173).
“Esa mañana de verano, en calma la bahía,
Me quedé largo rato en la mesa,
sin hacer nada” (Haiku de Basho). (Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso, 1982, p. 89).
“Saber que la escritura no compensa nada, no sublima nada, que es precisamente ahí donde no estás: tal es el comienzo de la escritura”. (Barthes, Fragmentos,  p. 90).

Un poema coreográfico, siguiendo las líneas de pensamiento de Barthes, sería una escritura/perversión que envuelve como un laberinto el Yo del que aparentemente se parte, y lo pervierte en otro, eventualmente un nosotros fantasmal que deja entrever fisuras en la metamorfosis misma de la escritura inicial… 

Sus palabras corresponden a la versión de Gould de La Valse, de Ravel, tal como podemos notarlo en la novela de Bernhard, El sobrino de Wittgenstein… 

¿Y un poema coreográfico? Volvamos hacia Fragmentos de un discurso amoroso, en uno de sus apartes sobre los griegos:

“Mi lenguaje tanteará, balbuceará siempre en su intento de decirlo, pero no podré nunca producir más que una palabra vacía, que es como el grado cero de todos los lugares donde se forma el deseo muy especial que yo tengo ese otro (y no de otro cualquiera”. (Barthes, Fragmentos, p. 21).

El punto de partida del año final de Barthes, lo ve de vuelta de New York, de conversar y leer el ensayo Sobre la fotografía de Susan Sontag (sugiere su traducción y publicación en francés), y en medio del duelo de su madre, ubica una vieja foto de su madre siendo niña en su escritorio; lo que nos hace pensar en la novela de la misma época de Thomas Bernhard, Extinción.

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Figura 2. Madre de Barthes siendo niña.

Leyendo La cámara lúcida, revelamos más claves de ese misterioso camino hacia la muerte en Barthes, a partir de la muerte de su madre (25 de octubre de 1977): “yo entraba locamente en el espectáculo, en la imagen, abrazando lo que está muerto, lo que va a morir, como lo hizo Nietzsche, el 3 de enero de 1889, cuando se pone a llorar al lado de un caballo martirizado: se volvió loco por causa de la Piedad”. (Samoyault, p. 676). 

Nos llama poderosamente la atención las notas de sus cursos en los archivos del Collège de France, constatar justamente que su invitado principal a intervenir en su seminario en el año 1979-80 fue Deleuze, para hablar de… Nietzsche… 

En el año 2012, el director húngaro Bela Tarr hizo una impactante película sobre ese día en la vida de Nietzsche. En la secuencia inicial entramos en la piedad y perversión de la que nos hablaban Barthes y Nietzsche: https://www.youtube.com/watch?v=JQyJ01hEOA8 

Su biógrafa dirá que este pasaje es lo más íntimo de toda su obra, aún más que Barthes por Barthes o Fragmentos. Sobre todo porque allí reside lo inclasificable del tiempo, de la memoria y del cuerpo, citado por Derrida. 

Y llega el año 1980. El 13 de febrero se publica La cámara lúcida. Le quedan apenas cuarenta días de vida liminal. Samoyault describe sus últimos días, en los que destacamos lo siguiente: su asistencia a un concierto de Jean-Philippe Collard (quizá La Valse, de Ravel) en el Ateneo y él mismo tocando el piano donde los Trilling (quizá La Valse, de Ravel). Escenas, una vez más puramente proustianas. Presenta sus últimas clases de los sábados en el Collège de France y almuerza con el futuro presidente Mitterrand. Participa en una emisión sobre la fotografía en la televisión francesa. Finalmente, la mañana del lunes 25 de febrero, se levanta tarde y nos dice su biógrafa: “dactilografea un texto sobre Stendhal antes de ir a almorzar a la calle des Blancs-Manteaux. En la tarde es atropellado por una camioneta en la rue des Écoles. Era un día “frío, amarillento”, fueron sus últimas palabras en su agenda antes de salir. Agonizó durante un mes y murió el 26 de marzo de 1980 a la una y cuarenta en el hospital de la Pitié-Salpêtrière”. (Samoyault, p. 678).

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Figura 3. Concierto de Jean-Philippe Collard (quizá La Valse, de Ravel)

En este video poco conocido de sus jornadas de trabajo, podemos seguirlo en las calles de París: https://www.youtube.com/watch?v=rqF5z3V7Ghs 

Finalmente, en un dibujo de Barthes podemos encontrar un colofón a su último año como una incierta postal, vaga y tachada de su escritura, tal como también la había convocado en sus textos sobre Toymbee. Este aspecto menos conocido, del Barthes dibujante, se ha acentuado a finales de 2018, con la donación de los dibujos de Barthes al Instituto Nacional de Patrimonio francés.

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Figura 4. Les dessins de Roland Barthes

P.D “La escritura de Artaud se sitúa a tal nivel de incandescencia, de incendio y de transgresión que, en el fondo, no hay nada que decir sobre Artaud. No hay libro que escribir sobre Artaud. No hay crítica que hacerle a Artaud. La única solución sería escribir como él, entrar en el plagio de Artaud”. (Barthes, Variaciones, p. 185).


Ficha del autor
Alberto Bejarano: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Doctor en filosofía y estética Universidad París 8. Director de la línea de investigación en literatura comparada en el Instituto Caro y Cuervo de Bogotá, Colombia. Escritor

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[1]
Samoyault recuerda una de las últimas anotaciones del Diario de Barthes: “12 de noviembre de 1979. Día de mi cumpleaños. Tuve diez veces el mismo lapsus al escribir: escribí adjetivos y participios pasados en femenino: “je suis désolée”. Samoyault, T. (2015). Roland Barthes. Seuil, Paris, p. 671. (Traducción nuestra). N del T: la expresión intraducible al español se refiere a “lo siento”, en femenino.

[2] (https://www.abc.es/cultura/musica/abci-sonaba-desconocida-musica-antigua-grecia-201809181112_noticia.html?ref=https:%2F%2Fwww.google.com%2F)