Benín cabe en la niña del ojo de una serpiente. La brevedad del pedernal se incrusta por el costado occidental de ese corazón oscuro del África. Estilete pulido a golpes en la pugna por los territorios entre los reyes negros y la vorágine de “los descubridores” portugueses.
África subsahariana
África subterránea
África subjuntiva
En Benín hablan francés, pero en las calles, entre la gente, los niños, la señora que vende comida en la esquina, entre los que caminan este pedernal de continente, se escuchan otros sonidos, otras lenguas, las que se hablaban antes de ser “descubiertos”, y no porque estuvieran escondidos, cuando no eran ni mejores ni peores, pero no eran cazados ni encadenados. Sonidos que conectaban paisajes, habitantes diversos, lluvia, rayos, fuego, día, noche, sol y estrellas, simplemente de otra manera o de mil maneras que ya no sabremos. Un antes desconocido, del que en retazos nos llegan noticias así de repente, cuando no lo esperas, cuando solo caminas, cuando te sientas a comer y es tu dedo el que habla por ti. Cuando ya no es necesario hablar y es suficiente sonreír, y se ríen de ti cuando medio hablas y los niños hacen fiestas porque ven a un adulto balbucear.
En ese pedernal está el trazo de un camino al Golfo de Guinea, de una Ruta de Esclavos, camino de cuerpos extraídos a horcajadas de aquí, de allá o de Alladá. De acuerdo con el vudú, esos cuerpos antes de ser embarcados tenían que dar 9 vueltas los hombres, las mujeres 7, al Árbol del Olvido, y así quedar vacíos de historia, de recuerdos, de sonidos, de sueños, de infancias. También está el Árbol del Retorno que cobijará, después de la muerte, a las almas que retornen. Ahora, al final de esa Ruta, hay dos puertas frente al mar. Una, la Puerta del Retorno, homenaje de la UNESCO y otra de la iglesia católica. En medio de ambas, construye un gran hotel una empresa china. La Ruta se convertirá en una gran avenida. Y los Árboles serán tarjetas postales. Los cuerpos negros seguirán caminando, no solo para moverse, sino para mover al caminar, al dark continent, y de a poquito y sin descanso, al planeta entero. Cosa de saber mirar, cosa de perspectiva, cosa de saber caminar.
17/08/22
Golfo de Guinea
Ahí van los barcos por el golfo de Guinea!
El mar suena fuerte y constante.
Grita ola
grita mar
grita silencio
grita profundidad
Llegaron por el mar
Se fueron por el mar
Los llevaron por el mar
Eso es lo que grita el mar
mar abierto rojo de rabia
negro de nunca más
su piel fue el camino
Su piel fue testigo
su piel abraza
te encuentra
Figura 2. Puerta del retorno. Bahía de Benín, Guinea
Figura 1. Árbol del retorno. Benín, Guinea
29/07/22
(…)
Con tres horas de retraso y lo que aún falta. Ojalá que a quien me iba a esperar en el aeropuerto le hayan dicho que el vuelo tenía un retraso del tamaño de Benín. Tierra de Toussaint Loverture! Y del vudú! Nomás!!!
(…)
06/08/22
(…)
Último día en Abomey Calavi! Si Cotonou me recibió para guardarme un poco del resfriado que pesqué la última noche, la de la fiesta de despedida de los elefantes de Wali-Bai, Bomasá, República del Congo. Este lugar me protegió con sus humedales, su viento y comida muy rica y extraña. Humedales y viento del hotel Chez Josias con sus desayunos amables. La comida fue de una señora ubicada en un pequeño lugar escondido al que un chico me llevó cuando lancé una pregunta a la mujer de una tienda por un lugar para comer. Me siento mejor. La cabaña donde pasé tres noches, creo que fueron cuatro, está apuntalada como las demás del hotel, a unos 50 metros dentro del lago Nokoué. Refugio líquido desde el siglo XVII de la gran caza de cuerpos para ser convertidos en esclavos nomás cruzar el Atlántico. La gente vive desde entonces en el agua.
Se dedican a la pesca. Construyen jaulas acuáticas con un sin fin de ramas plantadas con una paciencia geométrica en el fondo del lago. Euclides aquí es un pez. Lo que conocemos como la maraña o sea, geometría absoluta, aquí tiene su inspiración.
Figura 3. Ilustración de Clotilde, la rata que había hecho dos orificios en la cabaña para poder entrar y salir.
Figura 4. Palais de la Marina de Cotonou
Ayer después de despedirme de la amable señora cocinera a quien le decía al servir los diferentes platillos a los entusiastas comensales, que me sirviera lo mismo que a tal o cual, o que si podría combinarlos, cosa que le provocaba risa y comentarios que no entendía y los demás también reían. Comer con entusiasmo y sabores desconocidos como el maíz hecho gelatina con el que se sirven los alimentos cual si fuera una tortilla, era por demás emocionante y el momento era compartido con los comensales. Así conocí al camerunés y a otro amigo a quien se le acercó una mujer con una niña en brazos que se me quedó viendo fijamente. El hombre al ver a la niña le preguntó si quería ser mi esposa y todos reían. Sin embargo, sentí que en la pregunta había algo de una antigua tradición de imposiciones patriarcales. La pregunta la hizo varias veces apoyado por la zozobra de la mirada de la niña. En realidad, estaba asustada tanto de ver a alguien raro y, quizás, por la insistente pregunta. El camarunés dejó por un momento la mesa colectiva y apareció al poco rato con una botella. Era aguardiente. Tenía un sabor a vegetal dulce. Brindamos e intercambiamos números de celular. De vez en cuando, nos saludamos. Después de brindar y vestida el alma con los nuevos sabores y el dulzor de la bebida, me despido. Me dirijo hacia la avenida y decido tomar un transporte colectivo que me lleve al embarcadero del lago y visitar Ganvié. Una la pequeña ciudad lacustre. Donde viven los cuerpos agua. Eran casi las 4 de la tarde. En la mañana de ese día tuve una entrevista memorable con Richard el bailarin, a quien vi en una Workshop dirigida por Germain Acogni, una coreógrafa beninés reconocida y que actualmente reside en Senegal. La danza, decía Richard casi al final de nuestro encuentro en un viejo teatro de la ciudad, no es lo que vemos, la danza es más que eso, la danza es lo que no se ve. Fue el desenlace de un testimonio que expande y aun suena y hace presente aquello invisible que me trajo al dark continent como le llamara Freud, no al África, sino desde una ignorancia confesa, a las mujeres. Bien podríamos decir entonces, que esa potencia danzaria invisible negra del África está en conexión con esa otra potencia estremecedora, cada vez más palmaria, lejos de toda estadística políticamente correcta de aquellos movimientos que cimbraron el siglo XX y dejan abierto el abanico de todos los sexos escamoteados a través de los siglos del largo otoño del patriarca. El África habita la ignorancia desde un saber que confiesa sorprendido su propia ignorancia. El negro aleteo de saberes ignorados, aplastados, diezmados, no se mostró en este continente sino en un fragmento de una isla del Caribe, en la danza negra invisible y profundamente continental, del Bois Caïman haitiano, 1791.
Figura 6. Foto áerea del pueblo Ganvié
Subió entonces un señor. Durante el trayecto hacia Ganvié se mantuvo todo el tiempo en silencio. Solo cuando llegamos dijo, esto es Ganvié. Siguió en silencio. Le pregunté cuando fue fundado el pueblo y me dijo que en 1767. En la época de la esclavitud, inquirí, así es, dijo. Me preguntó si quería bajar, habíamos llegado al centro. Antes me señaló una mezquita que también está sobre el agua. Bajamos y era un pequeño lugar de artesanías. En el centro de la pequeña placita, en frente del espacio de artesanías hay una altar vuduista, la señora que está a cargo del mercado es la patrona de las ceremonias que se festejan cada 10 de enero. Me gustó una máscara y una especie de bufanda y una campanita de vudú. Tomé un refresco de mandioca y regresamos. Le pregunté al señor la profundidad, 1.50 metros, dijo. Tiene una población de 30 mil habitantes. El atardecer fue genial, ocurrió mientras regresamos. El señor vio el atardecer en silencio. Yo también. Me pareció una persona muy sabia, su silencio y las respuestas precisas lo constataron. Así, ayer me encontré con dos personas sabias. Un bailarín y un guía silente. Con gusto puse en sus manos más del mínimo advertido y un inmenso gracias.
Figura 7. Ilustración de lo que se vio en el templo vuduista.
Aun guardo en la retina y en la cámara experimento inseparable de mi esternón y también en el celular la potente imagen de aquello que vi en el altar vuduista. Eran tres personajes. Un hombre con un manto, un bastón y un sombrero. Una mujer de menor estatura y delgada con el torso desnudo y un taparrabos. Ambos ataviados de collares de piedras de colores. La mujer lleva un cántaro en la cabeza y las manos le ayudan al equilibrio. El tercer personaje me sorprendió. Al verlo no me cupo la menor duda que ya nos conocíamos. Me miró con el silencio del sabio guía y como si emergiera de pronto desde épocas pasadas, desconocidas, desde un lugar en el que ya no estaba más y que súbitamente unas manos lograron asirlo. Es más corpulento. En las manos
Al día siguiente tomé una mototaxi y me dirigí a Ouidah. Esta potente ciudad que fue testigo del caminar de cuerpos que no lograron refugiarse en el lago. Los que no se convirtieron en agua. Clotilde es su memoria mordida.
Ficha de autor
Alberto Carvajal: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Profesor e Investigador Titular UAM-X. Analista practicante Coordinador de dos Proyectos de iInvestigación: Las esquizofrenias, un campo paranoico de las psicosis y La sangre negra, alquimia de la discriminación Varias publicaciones. La última La diferencia sexual, una barbarie de la esclavitud, Casa de las Américas, La Habana, Cuba, 2022.