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El Doctor Calderón
Natalia Calderón Hernández

Mi abuelo, Enrique.

Hace pocos días mi papá me dijo “muchas veces yo volteaba a ver a mi papá y me preguntaba, ¿por qué no puedo tener un papá normal?”

Y yo, lo único que pude hacer, fue sonreír.

Mi abuelo Enrique cumplía todo excepto la categoría de abuelo. Él era físico, matemático, político, escritor, maestro, visionario, y, sobre todo, un ser humano brillante. Podríamos decir que se la pasaba haciendo tarea. Mis primeros recuerdos de mi abuelo fueron parte de una infancia simple y feliz. Cualquier lugar al que iba, y cualquier persona que me encontraba, se volvían una aventura. Y de la mano con esas aventuras estaba siempre mi abuelo.

Entre mis primeros recuerdos está, de forma recurrente, él escribiendo alguna cosa compleja en su laptop, que, por cierto, en los inicios del 2000 era para mí una cosa interesantísima. Yo no conocía a mucha gente con laptop, ni sabía para qué se usaba, pero en mi cabeza, era parte de la personalidad de mi abuelo.

  • ¿Qué estás haciendo, abuelo?
  • Tarea —respondía él.

Mi abuelo tiene mucha tarea ¿no?, me preguntaba yo. Estábamos en Cuernavaca, y había una hamaca vacía, una alberca refrescante, paletas caseras en el congelador, toallas para echarte en el pasto, un triciclo para jugar en la cancha (esa posiblemente solo era una opción para mí, ja,ja, ja), cubetas de agua, sillas de jardín, una lancha amarilla con dos remos para jugar, juegos de mesa, música… Y mi abuelo elige hacer tarea. “Qué aburrido”, pensaba yo.

Él hablaba poco, pero imaginaba mucho. Sabía transportarte a lugares lejanos, mundos alternos y galaxias lejanas. Me tardé una considerable cantidad de tiempo entendiendo que mi cabeza es mi mundo y que, de alguna manera, mi mundo era incomprensible, o eso pensaba en mi inocente imaginación.

Hasta que, de pronto, una persona que llamas familia te sumerge en una historia que conecta historias, números, culturas, geografía, física e ideas. Mi abuelo tenía una capacidad de construir puentes entre mente y mente. Entre galaxia y galaxia.

Y así poco a poco, entre mi curiosidad y su paciencia, fui conociendo su poderosa mente. Fue compartiendo un mundo completamente ajeno a mí, y haciéndolo tan llamativo, tan mío.

Fui una nieta muy afortunada por tenerlo. Fue siempre un gran maestro; su testarudez era un compromiso por hacer lo correcto, a costa de todas las adversidades (que eran bastantes). Él y sus ganas de hacer lo correcto, lo justo, lo incluyente, lo visionario, lo imposible.

Él tantas veces tomó dos variantes para relacionarlas de una manera brillante, él que tomaba una historia simple y te hacía comprender su complejidad, y cómo te hacía ver más allá de tu alrededor. Él era una fórmula matemática en donde (-)(-) siempre  resultaba +. Y si el resultado no era +, entonces todavía no encontrábamos el camino correcto.

Ojalá todos los que hayan tenido la oportunidad de conocerlo se hayan percatado de su singularidad Era realmente un placer convivir con él.

Muchas gracias si alguno de ustedes hizo que su camino terrenal haya sido más significativo, más real. Sin duda, todos aquellos que fuimos tocados por él tenemos tarea.

“Qué aburrido,” ya no es lo que pienso. Una vez que conoces el camino del cambio, se vuelve el único camino.

Gracias, abuelo, por unir tantas mentes, tantos mundos. Te vamos a extrañar por acá, pero no te preocupes, aquí estamos haciendo tarea, tú descansa.

Descansa en paz.

Natalia Calderón Hernández