Ninguno de ellos podía siquiera imaginar la clase de pecado o crimen tan grande que hubiera hecho para tener que pagarlo de tal manera…
Iba amarrado al bote, la cuerda era áspera, casi sumergido, hacía por salir y jalar a bocanadas aire -luchando por vivir.
¿Estaría pensando en sus errores, en su vida…?
Los esbirros arrojaban el pescado trozado por la popa, junto al inicio de la cuerda que sostenía al amarrado, y la sangre de los pescados entintaba el agua y el cuerpo del que luchaba por no sumergirse, porque bien sabía que la muerte de los ahogados no es linda.
Sólo él y, yo, sabíamos que entre cada jalón de aire que daba no sólo se oían las entradas de aire y agua, sino que eran sollozos, y toda el agua salada de su rostro no era tan sólo del mar.
De repente, como de la nada, nadando rápido, la aleta dorsal.
Era GRANDE.
No.
Era enorme.
La carcajada de la Muerte era blanca.
Ficha del autor
Jorge Martínez Tinoco: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Escritor y poeta. Tiene estudios en Literatura hispánica por parte de la Universidad Autónoma de México (UNAM). Imparte clases en el CEDART Diego Rivera del INBA.