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Ensayo sobre la tecnología
Sérgio Machado

Sentada en el sofá, Florinda, de 92 años, observaba día tras día lo que sucedía cuando sus nietos llegaban a casa. Miguel llegó aferrado a su celular, agitado y jugando, dejó su mochila en el piso y se sentó a su lado.

—Hola, abuela— dijo Miguel, sin siquiera mirarla.

—Hola, abuela, ¿todo te va bien?— era la voz de Mariana, su nieta mayor, que estaba escribiendo en su celular, probablemente intercambiando mensajes con su novio, Rodrigo.

Florinda recordó aquellos tiempos en que corrían a su regazo, ansiosos por una historia más.

“¿Pero qué clase de generación es esta? ¿A dónde nos llevará esto, Dios mío?”, pensó Florinda, mientras miraba a los dos con una sonrisa triste.

—Ven a cenar—  gritó poco después su hija Joana— ¡La cena está servida!

El cerebro de Florinda aún no le había dado la orden a su cuerpo de levantarse y ya sus nietos corrían hacia la mesa.

—Al menos podrían ayudar a su abuela a levantarse, ¿no creen?— murmuró Joana, casi entre dientes.

Con la ayuda de su hija, Florinda se levantó y caminó lentamente hacia la mesa.

—Vamos, muchachos, dejen los teléfonos móviles, que vamos a cenar ahora.

—Espera, mamá, nomás acabo de pasar este nivel— decía Miguel con la lengua entre los dientes y bailando de lado a lado, mientras servía con una mano la comida que ni siquiera miraba.

Florinda negó con la cabeza. Sus ojos tristes delataban su descontento.

Mariana, por su parte, mantuvo su celular escondido y siguió escribiendo sin siquiera mirar el teclado,  habilidad adquirida tras horas y horas de práctica.

—¡Hola a todos! Llegué tarde en el tráfico, lo siento— dijo Filipe mientras le daba a su esposa un cálido beso, seguido de una sonrisa para su suegra.

—Entonces chicos, ¿cómo estuvo hoy en la escuela? Y sus tareas, ¿ya las terminaron?— preguntó Filipe a sus hijos, mientras se sentaba y dejaba su celular en el lado derecho del plato.

“Entonces, el teléfono celular sigue siendo parte de esta familia, tan importante como cualquiera en esta mesa", murmuró Florinda mientras se llevaba la comida a la boca.

  No habían pasado cinco minutos y Miguel ya salía corriendo de la mesa, agarrando nuevamente su celular y jugando, seguido de cerca por Mariana, quien completaba el mensaje que había comenzado a escondidas mientras comía...

—¿Y el postre, chicos?— gritó Joana, aunque la respuesta sería el portazo de la puerta del dormitorio.

Miguel probablemente estaba sentado, encorvado en el borde de la cama, jugando con su celular, fingiendo que iba a hacer los TPC[1], y Mariana ya habría encendido la computadora para permanecer en línea hasta la mañana con su novio o amigos, poniendo likes en las redes sociales, soñando con una carrera de youtuber...

“... maldita tecnología, no se acaba de una vez por todas...” pensó Florinda para sí misma, mientras terminaba su sopa.

7:15 a.m. de la mañana siguiente.

—Maldita sea, Filipe, mi alarma no se activó— gritó Joana mientras se levantaba corriendo y se dirigía a despertar a sus hijos.

“Qué diablos, mi teléfono  también dejó de funcionar…”, pensó Filipe, mientras trataba de encontrar una solución al problema.

—Papá, papá, mi celular no funciona, ¿me puedes prestar el tuyo?— gritó Mariana, todavía con sueño.

Rápidamente todos se dieron cuenta de que algo andaba mal y que todos los equipos tecnológicos dejaron de funcionar. Consiguieron correr, desayunar en silencio y marcharse.

Cuando llegaron al colegio, todos los compañeros llegaron con las manos en los bolsillos, con la mirada postrada en el suelo. Como regla general, miraban sus teléfonos celulares y jugaban o intercambiaban mensajes con alguien que no estaba allí, pero ahora se vieron obligados a mantener el contacto visual... ¡y charlar!

—Hola— dijeron algunos.

—Qué escena— dijeron otros —sin celular, ¿cómo lo vamos a hacer?

En la primera clase del día, no había nada más de qué hablar, pero durante el largo receso, todos fueron a los terrenos de la escuela. Corrieron tras un baile, disfrutaron de los rayos del sol, hablaron de un tema que les gustó, el chico más cool de la escuela, esa chica genial del bachillerato, esa maestra que siempre se quejaba porque no hicieron los TPC... y así era en cada receso, hablaban de temas de los que nunca antes habían hablado, compartían problemas y miedos comunes, hasta olvidaban que ya no tenían celular... y concluían que, en realidad, no era tan necesario.

A la hora acordada, Mariana y Miguel esperaron a sus padres.

—Hola padre, hola madre, ¿cómo estuvo su día?— preguntaron los dos, casi simultáneamente, apenas subieron al auto.

—Bien, chicos, ¿y el suyo?— respondió el padre, volviéndose con una tranquila sonrisa hacia Joana.

El viaje fue diferente, sin el silencio tecnológico del pasado, ambos relataban lo mejor y lo peor que había pasado ese día.

Cuando llegaron a casa, Mariana le confió algo a su madre mientras Miguel hablaba con su hijo.

—Hola abuela, ¿cómo estuvo tu día hoy?— preguntó Miguel, saludando a su abuela y sentándose a su lado.

Florinda miró a su nieto con una sonrisa en los ojos.

—Oh, fue un día como los demás, pero...

—Hola abuela, ¿cómo estás?— Mariana interrumpió la conversación y se sentó en su regazo, abrazándola con un dulce y tierno cariño.

Con la atención de sus nietos en sí misma, les contó otra de sus historias, algo que no había hecho en mucho, mucho tiempo...

El tiempo pasó muy lentamente, Mariana y Miguel ayudaron a su abuela a sentarse a la mesa, se sentaron y comenzaron a servirse ellos mismos. En silencio, cenaron y conversaron durante más de dos horas. Nadie quería que terminara ese momento, pero ya era demasiado tarde y se fueron a la cama.

—Papá, cuéntame algo, ¿cómo le hacías?…— preguntó Miguel a su padre, quien lo abrazó y de inmediato respondió que sí.

Mariana despejó la mesa y ayudó a su mamá con los platos, mientras continuaban la conversación, en voz baja, que habían iniciado al entrar a la casa.

Ya en la cama, Joana le confió a su esposo:

—¡No creerás la conversación que tuve con nuestra Mariana! Después de todo, su sueño es ser periodista y la presionamos para que vaya a medicina... ¡Dios mío!

—¿En serio? No tenía ni idea ... y Miguel, ¿sabías que está enamorado de nuestra vecina, la hija de Romão?

Ambos sonrieron y se abrazaron en un abrazo pacífico.

6:30 a.m. del día siguiente. Las alarmas de los teléfonos móviles se disparan.

Ambos se levantan, sonríen, y apagan respectivamente sus celulares. Miguel y Mariana hacen lo mismo, apenas se activa la alarma de sus teléfonos, exactamente 15 minutos después.

Se levantan tranquilamente, se visten y bajan a desayunar con sus padres.

Todo el mundo habla, sin correr ni llamar la atención. Y continúa con su rutina diaria.

Cuando llegaron al colegio, casi todos hicieron lo mismo: pocos fueron los que se habían llevado un celular. Sin el bullicio ni las prisas habituales, charlaban tranquilamente entre ellos, e incluso los que habían tomado sus teléfonos optaron por apagarlos y meterlos en sus mochilas. En los pasillos del colegio reinaba la tranquilidad, ya no vieron las aglomeraciones y tropezones de siempre, y las pocas veces que pasaba había una disculpa seguida de una sonrisa...

Ese mismo día, Miguel cobró valor y le confesó a su vecina, Rita, lo que sentía desde el quinto grado. Y Rita aceptó salir con él.

Mariana fue a la secretaría y pidió un traslado de curso, acompañada de su mamá.

En casa, la abuela Florinda terminó de rezar el Rosario y agradeció a Dios por haber escuchado su pedido.

"La tecnología acerca a los que están lejos, pero aleja a los que están cerca".